El Papu, la intrahistoria
del Cartagonova
“En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y
otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos”. (Historia de la vida
del Buscón)
Me lo encontré un día de partido. Hacía tiempo que deseaba tener un “encontronazo” con él para que me hablase de la intrahistoria del FC Cartagena que, desde la atalaya del aparcamiento del Cartagonova, conoce mejor que nadie. Éste no es otro que “El Papu”, enciclopedia viva del club de sus amores, sin familia y viviente bajo techo abandonado y cuyo curro no es otro que echar una mano para sacar unos eurillos que le entregan los que cada día de partido acuden al Cartagonova, fundamentalmente jugadores, personal de palco y los chicos de la prensa. No es un “gorrilla”, simplemente es el aparcacoches oficial, “El Papu”, Juan Manuel Ortuño González, de apariencia castigada por la vida y presencia graciosamente pordiosera donde los surcos de sus mejillas esconden, camuflan, enaltecen y aumentan esa su cincuentena existencia.
Escribo esto para que el Icue, algún día, recuerde
cómo era antaño el paisanaje de la pobreza en la explanada del Cartagonova. Lo
formaba ese mendigo galdosiano que se acercaba con la mano tendida a la
ventanilla del coche del jugador, del propietario del club o de esa gente
pudiente que, tratando de lucirse, se acerca cada tarde de partido a lucir su
importancia en el palco o por sus alrededores. Para ser pobre solo se necesita que
haya un rico. Lo sabe todo el mundo, sobre todo los pobres.
Jamás vi al Papu, no creo lo haga, tiene
dignidad, permanecer arrodillado ante esas
dos escultóricas vestales que enaltecen la entrada al “campamento” con un plato
limosnero en el suelo o pasearse con un cartón en el que proclame su desgracia
escrita con letras similares, como salidas de un mismo troquel. No, detrás de
El Papu solo hay una miseria resignada que le permite ejercer su caridad
tranquila y no una secreta organización mendicante. Su pobreza, también su
dignidad, cada tarde de partido se limita a agradecer la limosna recibida con
la humildad requerida sin querer pasar de largo y con la dignidad de mirarnos a
todos a la cara. Y es como si su mano necesitada tomase la forma de
ese cuenco donde se enseñaron a comer nuestros ancestros a la orilla del fuego.
El Papu es gente corriente, sin mezcla de pordioseros
del común. Pobre eterno, clásico, sin laureles, sin muletas destartaladas y sin
muñones como mondongos humanos y con la dignidad de no arrastrarse. Su
digna pobreza está retratada en sus mejillas surcadas por el hedor y el hambre.
Es un personaje de hoy pero con pobreza antigua, vieja, inhumana y agarrada a
su piel como un parásito, nada hay más antiguo que un pobre. Como Cartagena no es
tierra heladora, jamás el Papu estará condenado a las heladas, ni a las nieves
invernarles y sí castigado al sol a destajo. Cuando se escriba la historia
del Cartagonova habrá que abrir una
página para el Papu como personaje que habitó en sus entrañas, donde también hubo
historia de indigencia y es que la
humanidad es la historia de sus pobres metaforizados como personajes literarios
en esas viejas alcahuetas, lazarillos, pícaros, ciegos pedigüeños y el Papu.
Aquella tarde de partido en la que tuve el
“encontronazo”, viéndolo, me hice viejo sin drama alguno. Comprendí, siguiendo
la filosofía de Epicuro, que uno se hace viejo, sabio y venerable cuando si un
dolor es fuerte, cesa rápido, y si es débil, es soportable.
Este estimado Papu
no es otra cosa que ese figurante personaje literario parecido a la Flora
Tristán, mísera marxista, y Paul Gauguin, su nieto, el pintor de los Mares del
Sur, protagonistas de la novela de Mario Vargas Llosa “El paraíso en la otra esquina”. Obra en la que se funden
vidas, con el objetivo de encontrar la felicidad.
Este Papu también me ha recordado a Ulises armando el
arco para guardar, junto a esos dos deterioradas vestales de explanada, los haigas
de los pudientes que de vez en cuando se despoja de sus ropas de desamparado y
muestra su identidad. Sé que algún personaje no identificado intentó aparcar en
la explanada y el noble fiel guardacoches le cerró la puerta al tiempo que le
recordaba al Icue que, en cierta ocasión, le pidió el obsequio de una botella
de Rioja y que todavía no ha llegado a su destino. Tiene razón, es algo que el
Icue debe de cumplir para que el Papu reviva sus noches de amor.
Ser pobre, querido Icue, en la vida da hasta para una novela, la literatura
está llena de ellas; pero ser pobre en tu ciudad y junto a tu estadio, eso sí
que es una canallada. Vale.
Texto La Medusa Paca. Fotos
http://qapta.es/. Copyright ©
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