El Almarjal, Juan González Tacoronte y los curas
Respondió al nombre de Juan González Tacoronte, nació en Las
Palmas un 2 de junio de 1927 y murió en Madrid un 6 de
agosto de 1994 tras colgar
las botas y después de ejercer como
topógrafo. El protagonista del Rincón del Icue fue un delantero corpulento,
luchador, perfectamente dotado para el remate de cabeza y excelente dominador
del balón y, además, hoy es protagonista en el recuerdo de este Rincón del Icue
en esta excelente anécdota.
Para situarnos el Icue se trasladará hasta los años 50, posicionar a la
Unión Deportiva Las Palmas en ese derecho ganado a participar en la 2ª División
del Fútbol español y, ¡atención!, no perder de vista el conocimiento que de las
Islas se tenía desde la Península.
Corría el año 1954 cuando la escritora Anita Serrano Rodríguez, en su
novela “Herencia de amor”, llegó a describir a Gran Canaria de esta guisa: “La hermosa
finca de Las Morenas no sólo era una mansión de lujo y recreo, sino una
propiedad productiva, donde, además de las cosechas de cereales y plátanos que,
aprovechando el paso de un riachuelo que permitía con gran facilidad verificar
los riegos, había mandado plantar don Alfonso, poseía extenso olivar, algo de
monte y una bien poblada ganadería de vacas suizas, con modernísima instalación
de maquinaria para la esterilización de la leche, que, después, era vendida en
los mercados mundiales en botellas especiales”. Está claro que, según tal descripción, la
autora no tenía idea de lo que eran las Canarias ni las conocía en foto, y
probablemente escribió de oído o documentada en algunos folletos turísticos más
propios de los Alpes suizos cerealistas y vestidos de olivos.
Bajo ese prisma de ignorancia geográfica ha de entenderse el testimonio
dejado por aquel goleador canarión, Sinforiano Padrón, cuando acudió a Murcia
con su Unión deportiva, 28 de mayo de 1950, para disputar un decisivo choque de
promoción a 2ª División. Se relata que tan pronto se detuvo el autocar que los
conducía desde el hotel a las inmediaciones del estadio, la muchedumbre
arremolinada en derredor de las taquillas comenzó a gritar “¡Los canarios! ¡Llegan los canarios!”.
Los futbolistas, dubitativos, comenzaron a descender, sin descartar alguna
posible agresión. No, no fue así, le cuentan al Icue que el comportamiento de
los murcianos no pudo ser más pacífico. Y en lugar de recibirlos enojados, sus
rostros reflejaban tal asombro e incredulidad que su decepción fue grandiosa al
comprobar que no era posible que viniendo de las Islas Canarias fuesen todos
blancos. ¡Todos blancos!
Y allí, entre los viajeros canarios, apareció
Tacoronte, protagonista de nuestro Rincón y, antes de patear en el Almarjal, acudió al
estadio Santiago Bernabéu, jugando en
el Nancy francés, para disputar contra los merengues el partido de
presentación del gran Alfredo Di Stéfano. Los merengues salieron humillados con
un contundente 1-4. Tacoronte firmó tres goles y anonadó con tal sutileza
goleadora al graderío que el diario Marca no tuvo otra opción que escribir: “Hemos
venido a ver el debut de Alfredo Di Stéfano y lo que en realidad hemos visto es
a un genial delantero centro canario llamado Tacoronte”.
De las anécdotas anteriormente aludidas, probablemente no haya otra como la
fechada en Cartagena, durante y después del partido que supusiera el debut
canario en 2ª División. Tacoronte fajador tenaz, padeció aquella tarde
numerosas entradas de la defensa departamental sin que el árbitro, caserísimo,
se diera por aludido. A medida que avanzaban las agujas del reloj y se
endurecía el lance, se le agotó la paciencia y, al fin, Tacoronte se hincó de
rodillas y mirando al cielo con las manos unidas, lanzó todo tipo de
maldiciones, juramentos e improperios.
Concluido el encuentro con tanteo favorable a los debutantes por 2-4, se
presentaron en la estación ferroviaria varios sacerdotes preguntando por el paradero
de Juan González Tacoronte. Ante la extrañeza de entrenador y directivos
expedicionarios, le persuadieron para que bajase del tren. Aceptó y al verle en
el estribo del vagón los sacerdotes corrieron para abrazarle efusivamente,
alborozados. “¡Usted
es un santo!”, clamaban. “¡Un auténtico santo!”. Futbolistas, directivos y demás viajeros, no
salían de su perplejidad. Tacoronte no pudo encontrar palabras entre tanta
turbación, los curas se explicaron: “Creemos que a usted se le debe proclamar santo porque a
pesar del castigo infligido a los contrarios, se puso de rodillas y rogó a Dios
por esos jugadores que no sabían lo que hacían”. Al
arrancar el tren y con el grupo de sacerdotes despidiéndoles bajo la
marquesina, el sorpresón se tradujo en chirigota, magnificada en el hotel
cuando el propio Tacoronte se hizo con la sotana del capellán canario y,
vistiéndola, inició un solemne paseo por el comedor, trazando la señal de la
cruz.
Es el Icue cuando, desde su Rincón, comprende ahora aquel fabuloso cartelón
publicitario de aquella inolvidable campaña 2009-2010 en el que se anunciaba
aquello de “Somos la Hostia”.
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